Formas Tipo



Algunos “tipos” son, al menos, fascinantes. No es necesario caer en las antiguas simplificaciones y comenzar a medir cerebros. Sin embargo, de la mano de algunas variables, tales “tipos” son definibles. Las categorías no son estrictas, ni mutuamente excluyentes, asimismo su propiedad principal es su potencia para el cambio, además de que cada individualidad tiene la capacidad de elegir en que conjunto de expectativas meterse, lo cual viene dictado obviamente por su historia. Ahora bien, como en el caso del “libre albedrío” las opciones son limitadas, aunque no limitantes.

De alguna manera son sistemas semicerrados (los “tipos”), o medio abiertos, que interactúan en sus propios términos, pero que se automoldean bajo los ideales que forjan en la observación de alguna situación, o de otros sistemas que los rodean. Saben casi todo lo que tienen que hacer, hasta como moverse por el borde de la silla cuando se encuentran incómodos en una situación, o a no tener que refilarse sobre ninguna. Saben también como pegar la lengua contra el paladar en una reflexión aparentemente aguda sobre la realidad inmediata, y un montón de inflexiones más escogidas del catálogo de su personalidad.

Hechas estas breves aclaraciones a propósito de los “tipos” y su devenir, y luego de sostener que esta aclaración debería ser hecha cada vez que alguien se dispone a describir un proceso que involucra a alguno de ellos, paso al relato que nos compete, o algo así.

Algunas veces los “tipos” son pretenciosos, oscuros y absolutamente pretenciosos. Y otras tantas veces también son caprichosamente hermosos, con ojos traslúcidos que advierten lo no dicho, que dibujan los contornos de lo que aún nadie admiró: la Idea. Pero también juegan al límite de lo profundo, te asoman al abismo y te marean. Y justamente en este punto es necesario introducir un concepto, el de Poder. Hay algunos “tipos” que dada su complexión dominan a otros “tipos”, esto no implica que la relación no pueda tornarse distinta, recuerden que una de las características de los “tipos” es su potencia para el cambio. Pero bajo determinadas circunstancias algunos “tipos” se imponen sobre los “tipos” más mansos de modo irremediable.

Y Sigo Diciendo



En la lista se había olvidado de anotar sobre los cuidados de su madre y también sobre el pago que le adeudaba a la enfermera. Supongo que porque era la parte de su vida que pretendía olvidar, pero esto es sólo una interpretación barata, simplemente no había apuntado que tenía que cuidar de su madre y pagarle a Esther, sólo eso y de todas formas otra vez la realidad era incorruptible.
La cruel enfermedad de su madre las había acompañado desde que Ella era pequeña, pero recién los últimos dos años había convertido a la mujer en una discapacitada total. “Una especie muy rara de esclerosis” repetía la familia cada vez que alguien preguntaba, pero nadie sabía muy bien que significaba, sólo estaban seguros que no tenía cura y que la muerte no iba a llegar rápido y limpia como la gente de buena fe pretende, sino que iba a ser muy lenta y que involucraría más sentimientos de los necesarios y también más reproches de los soportables.
Se llamaba Angélica, y había sido bautizada así en honor a una mujer famosa y seguramente hermosa pero que ya nadie recordaba. Nunca había hecho nada, se casó con un borracho que a los 25 años falleció en un dudoso accidente automovilístico junto a gente con la que es mejor que no te vean. ¡Pero que le importaba!, “Señora, el cuerpo de su marido quedó irreconocible, ¿existe alguna manera de identificarlo?” y Angélica remontó su memoria a las pocas veces que lo había visto desnudo y recordó una gran mancha de nacimiento que tomaba parte del muslo izquierdo y le llegaba hasta la media espalda… Y mientras un médico muy circunspecto le bajaba los calzones al susodicho ella pensaba en los preparativos del velorio, nunca lo había querido así que más allá de la impresión del momento una vez que declararon muerto al truán se fue a su casa y se tomó unos mates como hacía siempre que tenía un día poco rutinario. Por lo demás el resto de su vida se mantuvo dentro de los límites de un dolor nada exagerado, pero continuo. De más está decir que tuvo que trabajar para mantener a sus dos hijos, Ella y Estanislao (también bautizado así en honor a un poeta), lo único que sabía hacer era coser y eso hizo, cosió. A veces también usaba su cuerpo como herramienta y algunas noches no volvía, pero tampoco se daba a la ostentación. Siempre que Ella me contaba sobre esa época yo sospechaba que lo que buscaba la vieja era un poco de sudor, ni siquiera amor, más bien la violencia de cuando no te importa nada, la predisposición a caminar lo necesario para llegar y no quedarte.
Ella estaba segura que Angélica no era una buena mujer, aunque había hecho todo lo que tenía que hacer para con sus hijos. Para mí era sólo una mujer que no podía moverse por sí misma y sobre todo una mujer atormentada vaya a saber por qué cosas.       

Lo Dicho y Más





Más allá de los posibles inconvenientes que se pudieran presentar respecto de las dudas que genera elegir, la cuestión era justamente la elección en sí misma. Siempre y cuando estuviese ordenado según un criterio establecido de manera previa entonces las diferencias se podían subsanar a fuerza de paciencia, de lo contrario no existía ninguna posibilidad de salvarse de un final inminente pero sobre todo feo y sin gloria, más que nada deslucido. Era la necesidad de dolor, ese era el problema, las dos teníamos una oscura necesidad de dolor, una lluvia de cuatro años que pudra todo incluso lo enterrado en lo más profundo y la ilusión de que luego del dolor más inmenso que alguien pueda imaginar íbamos a estar preparadas para la redención, para el goce y la felicidad. Pero eso no pasa, saltar de miseria en miseria es algo que se puede repetir sin remedio y volverse costumbre, por eso era tan importante la decisión en sí misma y por eso la vocación de dolor era en realidad cobardía, miedo pero miedo del puro.     

 



Más de Lo Dicho



A propósito de la búsqueda del entendimiento intenté encontrar una explicación a su idiosincrasia y a la única conclusión decente a la que pude llegar es que era incapaz de atesorar momentos. Algo así como que su recuerdo era continuo pero indiferenciado, era una película que corría sin parar aunque no enfatizaba en ninguna escena, no volvía nunca a ningún instante, ni bueno ni malo. Debo reconocer que eso la convertía en una persona libre, además de horriblemente indiferente. La sensación al mirarla era semejante a esa que alguna vez supe tener asomada a las vías desde el andén; cuanto más desesperada me encontraba por la llegada del tren, mayor era mi confusión y cualquier luz que apareciera lejos o cerca ponía a palpitar mi corazón que pronto volvía a su ritmo normal cuando el tren no estacionaba en la estación, sin embargo yo sabía que la llegada de la máquina era inconfundible, sabía que la realidad era inapelable, y sabía que esas luces que veía a los lejos no eran el tren, y lo sabía porque cuando el tren realmente se acercaba era imposible confundirse, no cabía la posibilidad de entrar en contradicción… igual seguía saltando de mi posición cada vez que sospechaba que eso que vislumbraba a lo lejos era efectivamente lo que estaba esperando, sin dudas el tren.       

  

Lo Dicho II



El juego consistía en buscar el instante de inmensa ternura, la gracia divina, la redención configurada a partir de la observación de dos que parecen susurrarse amor eterno, el goce pleno aunque momentáneo; no quedaba más remedio que aceptar el segundo de éxtasis y luego la agonía de saberse imperfecta, mortal y capaz de albergar el mayor dolor de todos, ninguno. Ni siquiera era cíclico, cada vez era distinto, era el mismísimo diablo el que trazaba la línea recta del tiempo, no se conocía y lo sabía, y encima pretendía conocer a los demás. Ese era su maldito vicio, era pretenciosa, irremediable y odiosamente pretenciosa, pero no era una pretensión que se le salía del cuerpo, era ese tipo de pretensión que se encuentra profundamente arraigada en el encéfalo, era una pretensión que no se veía, todo lo contrario, estaba oculta pero era indefectiblemente dañina, era corrosiva, era la peor pretensión de todas: la de la trascendencia. De más está decir que el aire contenido en el pecho no la dejaba respirar.    

- Yo quiero que vos estés bien- había sentenciado en algún momento, y esas palabras del refranero popular parecían sonar como una fórmula de invocación, un llamado a convertirse en acción aunque no fuesen más que el medio para alejarse sin culpas, pero era inevitable desordenar todo. Parecía jugarse un pedazo de esternón cada vez que intentaba involucrarse, y sin embargo lo único que hacía era coquetear con el filo de los sentimientos, con los bordes menos accidentados del transcurrir en compañía.