Y Sigo Diciendo



En la lista se había olvidado de anotar sobre los cuidados de su madre y también sobre el pago que le adeudaba a la enfermera. Supongo que porque era la parte de su vida que pretendía olvidar, pero esto es sólo una interpretación barata, simplemente no había apuntado que tenía que cuidar de su madre y pagarle a Esther, sólo eso y de todas formas otra vez la realidad era incorruptible.
La cruel enfermedad de su madre las había acompañado desde que Ella era pequeña, pero recién los últimos dos años había convertido a la mujer en una discapacitada total. “Una especie muy rara de esclerosis” repetía la familia cada vez que alguien preguntaba, pero nadie sabía muy bien que significaba, sólo estaban seguros que no tenía cura y que la muerte no iba a llegar rápido y limpia como la gente de buena fe pretende, sino que iba a ser muy lenta y que involucraría más sentimientos de los necesarios y también más reproches de los soportables.
Se llamaba Angélica, y había sido bautizada así en honor a una mujer famosa y seguramente hermosa pero que ya nadie recordaba. Nunca había hecho nada, se casó con un borracho que a los 25 años falleció en un dudoso accidente automovilístico junto a gente con la que es mejor que no te vean. ¡Pero que le importaba!, “Señora, el cuerpo de su marido quedó irreconocible, ¿existe alguna manera de identificarlo?” y Angélica remontó su memoria a las pocas veces que lo había visto desnudo y recordó una gran mancha de nacimiento que tomaba parte del muslo izquierdo y le llegaba hasta la media espalda… Y mientras un médico muy circunspecto le bajaba los calzones al susodicho ella pensaba en los preparativos del velorio, nunca lo había querido así que más allá de la impresión del momento una vez que declararon muerto al truán se fue a su casa y se tomó unos mates como hacía siempre que tenía un día poco rutinario. Por lo demás el resto de su vida se mantuvo dentro de los límites de un dolor nada exagerado, pero continuo. De más está decir que tuvo que trabajar para mantener a sus dos hijos, Ella y Estanislao (también bautizado así en honor a un poeta), lo único que sabía hacer era coser y eso hizo, cosió. A veces también usaba su cuerpo como herramienta y algunas noches no volvía, pero tampoco se daba a la ostentación. Siempre que Ella me contaba sobre esa época yo sospechaba que lo que buscaba la vieja era un poco de sudor, ni siquiera amor, más bien la violencia de cuando no te importa nada, la predisposición a caminar lo necesario para llegar y no quedarte.
Ella estaba segura que Angélica no era una buena mujer, aunque había hecho todo lo que tenía que hacer para con sus hijos. Para mí era sólo una mujer que no podía moverse por sí misma y sobre todo una mujer atormentada vaya a saber por qué cosas.       

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