El
juego consistía en buscar el instante de inmensa ternura, la gracia divina, la
redención configurada a partir de la observación de dos que parecen susurrarse
amor eterno, el goce pleno aunque momentáneo; no quedaba más remedio que
aceptar el segundo de éxtasis y luego la agonía de saberse imperfecta, mortal y
capaz de albergar el mayor dolor de todos, ninguno. Ni siquiera era cíclico,
cada vez era distinto, era el mismísimo diablo el que trazaba la línea recta
del tiempo, no se conocía y lo sabía, y encima pretendía conocer a los demás.
Ese era su maldito vicio, era pretenciosa, irremediable y odiosamente
pretenciosa, pero no era una pretensión que se le salía del cuerpo, era ese
tipo de pretensión que se encuentra profundamente arraigada en el encéfalo, era
una pretensión que no se veía, todo lo contrario, estaba oculta pero era
indefectiblemente dañina, era corrosiva, era la peor pretensión de todas: la de
la trascendencia. De más está decir que el aire contenido en el pecho no la
dejaba respirar.
-
Yo quiero que vos estés bien- había
sentenciado en algún momento, y esas palabras del refranero popular parecían
sonar como una fórmula de invocación, un llamado a convertirse en acción aunque
no fuesen más que el medio para alejarse sin culpas, pero era inevitable
desordenar todo. Parecía jugarse un pedazo de esternón cada vez que intentaba
involucrarse, y sin embargo lo único que hacía era coquetear con el filo de los
sentimientos, con los bordes menos accidentados del transcurrir en compañía.
2 comentarios:
Los grandes amores son huracanes que te tiran las listas al carajo, pero sobretodo te sacan de vos misma para arrojarte a un otr@ que quizàs ni siquiera te ataje. Son un riesgo para las neuras, especialmente para las que no te dejan respirar...
Un gusto encontrartede nuevo acà =)
jajajaja, siempre al final nos quedan los desordenes neuroticos.... lo mismo digo :)
Publicar un comentario