La destrucción era total y masiva. Finalmente habían cumplido con su misión, concluir con todo aquello que alguna vez tuvo vida. Ya no existían los límites ni políticos ni geográficos, porque ya no existía nada. En el camino hacía lo inevitable terminaron, incluso, con ellos mismos. Y si bien ya nada existía que pudiera seguir atentando contra los procesos, tampoco existía nada que los generara, el mundo era paradójicamente sincrónico, no crecía, no cambiaba y no moría. Se encontraba completamente quieto en un tiempo que no transcurría porque nadie lo contabilizaba, porque nadie estaba dispuesto a domesticarlo por segunda vez, porque nadie lo habitaba.
Era el final, pues a pesar del denodado esfuerzo de quien fuera el último rey electo, las decisiones de la humanidad habían sido determinantes, además de una naturaleza agotada que también optó por la conclusión apresurada de una situación que era insostenible hacía muchos siglos.
Siempre albergaré la duda acerca de la conciencia de los participantes, habrán notado que ese encadenamiento de hechos significaba el final indeclinable de la existencia que conocían. Supongo que lo sospechaban, sin embargo, la certeza de que ese era el camino correcto más allá de las nefastas consecuencias los llevó a convertir en un desierto eterno aquello que otrora albergara millones de vidas.
Aquel día puede ser dividido en tres partes exactamente iguales, un instante final y un principio muy breve, algo así como un drama futurista en tres actos, un prólogo y un epílogo. Las dudas de un comienzo incierto, el climax que genera una situación que no se agota en una simple descripción y un punto final que no cede su lugar privilegiado como símbolo de finitud.
Era el final, pues a pesar del denodado esfuerzo de quien fuera el último rey electo, las decisiones de la humanidad habían sido determinantes, además de una naturaleza agotada que también optó por la conclusión apresurada de una situación que era insostenible hacía muchos siglos.
Siempre albergaré la duda acerca de la conciencia de los participantes, habrán notado que ese encadenamiento de hechos significaba el final indeclinable de la existencia que conocían. Supongo que lo sospechaban, sin embargo, la certeza de que ese era el camino correcto más allá de las nefastas consecuencias los llevó a convertir en un desierto eterno aquello que otrora albergara millones de vidas.
Aquel día puede ser dividido en tres partes exactamente iguales, un instante final y un principio muy breve, algo así como un drama futurista en tres actos, un prólogo y un epílogo. Las dudas de un comienzo incierto, el climax que genera una situación que no se agota en una simple descripción y un punto final que no cede su lugar privilegiado como símbolo de finitud.

3 comentarios:
¡Mierda! Me dejaste sin palabras (y a juzgar por la ausencia de comentarios a este post, no debo ser la única pasmada ante la magnitud de tus palabras)
Besos y amor, amor y besos, besos y amor, amor y besos y así sucesivamente hasta el infinito límite del caos
Muy intenso y su coherencia interna es impecable.
Sol, besos y amor para ti.
Nuria, gracias.
Besos mis amores.
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