Enrique IV: Y he aquí que cuando no nos resignamos, surgen las veleidades. Una mujer que quiere ser hombre... un anciano que quiere ser joven... ¡Ninguno de nosotros miente o finge! Poco hay que decir..., todos nos hemos aferrado, de buena fe, a un alto concepto de nosotros mismos. Sin embargo, monseñor, mientras vos estais rígido, agarrado con las dos manos a vuestra túnica santa, de aquí, de las mangas, se os resbala, se os desliza, se os escurre como una sierpe, algo de lo cual vos no os dais cuenta. ¡La vida, monseñor! Y luego os sorprende cuando de improviso la veis existir ante vos mismo; despechos e iras contra vos mismo; o remordimientos; también remordimiento. ¡Ah, si supierais cuántos he hallado yo ante mí!¡Con un rostro que era mi propio rostro, pero tan horrible que no he podido mirarlo (Se acerca a la marquesa). A vos ¿nunca os ha ocurrido, señora? ¿Recordáis vos haber sido siempre la misma? ¡Oh Dios! Es que un día... ¿Cómo es posible? ¿Cómo habéis poder cometido aquella acción (...).¿Qué opinión? ¿Eh?... ¿Qué opinión teníais?... Pero no obstante, todos seguimos aferrados a nuestro concepto, así como los que envejecen se tiñen el cabello. ¿Que importa que para vos mi tintura no represente el verdadero color de mis cabellos? Vos, señora, no os teñís para engañar a los demás, ni a vos misma, sino -y tan sólo un poco- a vuestra imagen ante el espejo. ( Luigi Pirandello, Enrique IV)

0 comentarios:
Publicar un comentario