Mientras dormía un golpe seco sonó, una vez más, al costado de mi cama. Sin sobresaltos abrí los ojos y, nuevamente, él se encontraba a mi lado. Su cabeza era inmensamente grande, sus ojos de un profundo color violeta, además de una manos tremendamente pequeñas. Su contorno se desdibujaba en la habitación. Lo saludo amablemente y me dispongo a levantarme. Sin embargo, cuando me doy cuenta de la hora, continúo con mi plácido dormitar. Al hacerse la hora estipulada para despabilar mi cuerpo salto de la cama mientras el monstruoso espectro bebé sigue morando al costado de mi lecho. Se agita un poco cuando camino a su lado, aunque nada parece perturbar su sosegado descanso. Tomo el teléfono para llamar al colectivo. Riendo me percato del hecho de que para tomar el colectivo debo arrimarme hasta la infame parada. Agarro el bolso y me muevo compulsivamente hasta El Banco. Al llegar una hormiga me hace esclava de lo inverosímil. El guardia de seguridad me saluda con un suave meneo de cabeza dejando al descubierto una despoblada conciencia. Mi compañero, el cajero del mes, apresura su paso cuando descubre que soy la primera en llegar. Con una sonrisa débil y un perfume en extremo fuerte su presencia me penetra desde los pies hasta la nariz. La hormiga cae muerta de forma espontánea, y aunque usé todas mis influencias para que sobreviviera ningún shock eléctrico fue suficiente para revivirla. Uno a uno llegan mis colegas con sus extrañas caras de martes por la tarde y un corazón insuficiente para soportar la velocidad que impone el rigor mortis. Cada uno ocupa el lugar preestablecido por los magnates del intercambio monetario o no. No me importa, porque la hormiga sigue muerta en las puertas de El Banco. Pido un café al mozo habitual de un boliche de la vuelta y recuerdo que no le deje nada preparado para desayunar al espectro bebé que cohabita en el piso de mi habitación.Uno tras otro se suceden los hombres y las mujeres que repiten sus pedidos y copian sus problemas. Creen fervientemente en la autenticidad de sus errores y de sus aciertos, no saben que son todos iguales, sólo ceros o unos.
Suena mi teléfono, una voz áspera me invita a deshacerme de ciertas inhibiciones, es decir y para que usted me entienda, mi jefe me llama a su despacho. Seguramente para remarcar lo reprochable de mí extraña actitud.
Muchedumbres insaciables que se asoman perversas a la vida, cabezas esbeltas que angostan los pasillos de aquel compacto edificio. Millones de oscuros ojos almendrados que me juzgan mientras camino lentamente hacia la puerta del despacho de aquel gigante grisáceo que me aguarda pacientemente tras aquellas gruesas paredes construidas por dos hombres muy pequeños y llenos de fantasmagóricas ideas sobre la vida y la muerte.
La puerta se aleja a cada paso que doy, todo a mi alrededor es de color bordó, mis pies incluso.
Explosión, exploté, y mis tripas también eran de color bordó. Unas manos pálidas y maternas me arrancaron del letargo del infierno donde vi al diablo jugando a ser mujer. Respiración, mis pulmones se vuelven a mover, mi cerebro no forma parte de mi cuerpo, ya no formábamos uno y nunca más lo haríamos, aunque aparentemente éramos como cualquier otro ser humano, despreocupado, ingenuo de la existencia de cualquier cosa que no caiga dentro de la esfera de su influencia. Vivo de nuevo, camino de nuevo y la puerta del despacho está siempre ahí, pero semiabierta ahora. Una cabeza de dragón asoma desde el interior, poco a poco me muestra su cuerpo de un intenso color bordó, unas fauces violáceas que despiden un fuego azulino. Su cola se arrastra majestuosa y violentamente hasta golpearme, hasta voltearme. Me tropiezo y caigo en un agujero a mi lado. Me duele la cabeza terriblemente. No se si mis piernas están rotas, no puedo caminar al menos.
Algo me jala hacia arriba, vuelvo al pasillo, me arrastro hasta la puerta completamente abierta. Mis ropas, echas jirones, se terminan de desvanecer, estoy desnuda, total y completamente desnuda. Cruzo finalmente la puerta, el oscuro sillón gira lentamente, mi futuro gira lentamente, mi vida. La turbia voz surge de los botones de cuero del respaldo y articula palabras que soy incapaz de entender. Intento, en contra de una ola gigante que avanza hacia mí, asir ese sillón.
Nuevamente la voz áspera me invita a entrar a la oficina. Me siento frente al gerente de El Banco quien, solemnemente, me invita a asearme con más cuidado y a ser un tanto más amigable con los afortunados clientes. Sonreí lacónicamente y me retiré pensando en lo preocupante de mi condición.
Todo es un continuo deja vú. Vuelvo una y otra vez a una escena antes vivida sin comprender el conocido desenlace y sin poder adelantarme a él. Paralizada ante el estupor que provoca la extraña sensación de conocer en detalle lo que sucederá.
La una del mediodía era mi horario para retirarme de El Banco y dirigirme hacia a algún higiénico lugar a ingerir alimentos envasados al vacío. Puse un buen atado de elementos inservibles en mi bolso y me dispuse a caminar mis dos cuadras diarias hasta el bar “Tito”. Una vez allí me predispuse a degustar lo que me tocara en suerte, pues con el simple agitar de mi mano en el aire lo que yo quisiera llegaría hasta mi mesa sin más esfuerzo que la articulación de unas cuantas palabrejas.
Este nuevo mundo color bordó me sorprendía a cada paso. Lo que más cautiva mi imaginación es el dinero bordó, además del pánico extremo que me provocan los números impares y las hormigas muertas de infartos masivos.
Tomé asiento en mi alta banqueta color negro y me prometí sonreír amablemente a cuanta viejita decepcionada por el capitalismo salvaje se acercara a mi infame ventanilla. Cambié dólares, hice depósitos, di créditos y varias tareas pertinentes.
Llegada la hora de la salida tomé mi abrigo, mi bolso y salí del banco contoneando mi cintura al son de una extraña canción que sonaba demasiado cerca de mis oídos como para provenir del exterior. No piense que allí no me acordé de usted, lo hago en cada momento de mi vida, en cada instante. Supuse también que si algún día le tarareaba aquella canción sus labios se contraerían en una mueca símil sonrisa y sus ojos se arquearían a los lados en un gesto que duda entre la tristeza y el enojo, pero siempre comprensivo, siempre sosteniendo mi soledad.

4 comentarios:
Realmente amo este escrito! Sus escritos provocan tantas cosas en mi... Sera porque provienen de usted, hermosa?
Usted sabe que para mi es inmesamente gratificante que alguien se sienta bien por leer cualquiera de mis pretenciones, así sea una sola persona (y en particular usted).
Besos.
Inquietantes e interesantes las historias de Caos; aunque las de Baxus, no se quedan atrás. Te seguiré leyendo y disfrutando.
Saludos damita.
PD. Estoy en mi trabajo y de aquí si puedo entrar(??).
Artus, me alegro de que pueda entrar, también me alegro de que le resulten inquietantes e interesantes las historias tanto de Baxus como de Caos, ya que son tan sólo el parecer de una persona.
Saludos Caballero.
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