Punto Cruz.

Se había quedado pensando por qué nunca se presentaba ante los demás como una incoherente. El hecho de tener que mantener ciertas formas en determinados lugares la agotaba, siempre la había cansado la fatalidad de no poder mostrarse como una incoherente, aunque sospechaba que el resto de la humanidad lo sabía. Entró al bar dando un paso a la vez, deseando estar en algún otro lado, pero en ningún otro lado, sin lugar a dudas era contradictoria y no podía exteriorizarlo con toda la fuerza que ese auto conocimiento merecía. Se sentó en el lugar reservado para su cuerpo y miró a su alrededor inspeccionando a los espectadores. Nadie lo notó, pero estaba transpirando de manera desmesurada, se acercó a la barra tratando de disimular el fuerte dolor de estómago que estaba experimentando y pidió la cerveza más barata que ofrecían, por cuanto soportaría los calambres enmascarados con cigarrillos y alcohol era la cuestión principal, era el límite entre quedarse e irse. Volvió a su asiento mientras individualizaba la puerta del baño de damas, sentía un fuego que la quemaba desde adentro y el resto seguía sin percatarse de su color gris.

La movida no podía llevarle más de un minuto, era simple, se paraba lentamente, se excusaba ante los presentes y caminaba pausadamente hacia el baño. Si su rostro se había transformado a nadie le importaba, tampoco su ausencia. Apoyó la botella de cerveza en la pequeña mesa, separó con una tranquilidad abrumadora la silla de su cuerpo, miró al pasar a una mirada que la miraba desde que había llegado y abandonó al grupo. Definitivamente los calambres aumentaban y nada podía hacer para detenerlos, hacía muchas horas que no comía, ni siquiera podía vomitar, sólo se retorcía en el piso mientras el estómago trataba de expulsar el vacío que la inflaba.


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