Mi infancia en Baxus fue tremendamente tranquila, las largas y frías tardes de invierno me encontraban sentada frente al calor de un viejo hogar que devoraba leña con un callado sufrimiento. Mientras mi madre trabajaba, mi abuela cuidaba de mi hermano y de mí con genuino cariño de vieja que ya nada la sorprende.
Ya en esa época mi ingenua creatividad, si usted me permite darle este nombre tan importante a mis pretensiones, ideó algo que hoy me causa risa, pero más que risa una evocación triste de las cosas que no volverán.
Con una inusitada locura pensé que debía crear mi propia religión. Me senté frente a mi cuaderno del colegio y escribí mi propia teogonía, la cual decía (le transcribo):
“En el principio de los tiempos cuando no existía ni arriba ni abajo, ni día ni noche, ni agua ni tierra, ni animales ni plantas, ni celulares ni telégrafos, ni computadoras ni televisores, ni hombres ni mujeres, ni matemáticos ni sociólogos, ni periodistas ni políticos, ni hambre ni gula, ni nombres ni silencios, y cuando nadie se preguntaba ¿por qué?, una fuente de energía que habitaba en lo que hoy denominamos tierra, se enamoró perdidamente de una bella cascada de agua que caía impetuosa sobre un caudaloso río de oro puro. Pero era un amor prohibido, ya que nunca podrían concretarlo. La fuente de energía lloró durante milenios enteros por su amada cascada a la que nunca podría estrechar amorosamente y fruto de esa tristeza nació un organismo unicelular que sin quererlo dio origen a la misma plaga que millones de años más tarde empujaría a la misma fuente de energía que les regaló la vida hacia los oscuros confines del alma humana.”
Espero que el ataque de risa, que no dudo le ha provocado mi historia, no haya sido tan grande, pues el haberle mostrado a usted mis intentos de creadora magnánima es un acto de extrema valentía. Comprenda que la soledad y el color gris de mi vida (no ahora, pues como antes le dije es todo horizontal y verde ya) abusaron de mi raciocinio.
Luego de crear el principio de la vida, me entregué a la tarea de separar entre diferentes dioses que se encargarían de los pequeños detalles. Pero fue tan exhaustiva la tarea que llegó el verano y con él la gente y el circo más impresionante de la historia, para mí, y abandoné mi pequeño mundillo para corretear detrás de la gran carpa con la intención de ver gratis el espectacular show. Con que descaro me dejé impresionar, hará Dios lo mismo?, no importa.
Como antes le dije, mi infancia no fue para nada extraordinaria, ya que fuera de de mi copiosa imaginación todo era alegremente normal.
Ya en esa época mi ingenua creatividad, si usted me permite darle este nombre tan importante a mis pretensiones, ideó algo que hoy me causa risa, pero más que risa una evocación triste de las cosas que no volverán.
Con una inusitada locura pensé que debía crear mi propia religión. Me senté frente a mi cuaderno del colegio y escribí mi propia teogonía, la cual decía (le transcribo):
“En el principio de los tiempos cuando no existía ni arriba ni abajo, ni día ni noche, ni agua ni tierra, ni animales ni plantas, ni celulares ni telégrafos, ni computadoras ni televisores, ni hombres ni mujeres, ni matemáticos ni sociólogos, ni periodistas ni políticos, ni hambre ni gula, ni nombres ni silencios, y cuando nadie se preguntaba ¿por qué?, una fuente de energía que habitaba en lo que hoy denominamos tierra, se enamoró perdidamente de una bella cascada de agua que caía impetuosa sobre un caudaloso río de oro puro. Pero era un amor prohibido, ya que nunca podrían concretarlo. La fuente de energía lloró durante milenios enteros por su amada cascada a la que nunca podría estrechar amorosamente y fruto de esa tristeza nació un organismo unicelular que sin quererlo dio origen a la misma plaga que millones de años más tarde empujaría a la misma fuente de energía que les regaló la vida hacia los oscuros confines del alma humana.”
Espero que el ataque de risa, que no dudo le ha provocado mi historia, no haya sido tan grande, pues el haberle mostrado a usted mis intentos de creadora magnánima es un acto de extrema valentía. Comprenda que la soledad y el color gris de mi vida (no ahora, pues como antes le dije es todo horizontal y verde ya) abusaron de mi raciocinio.
Luego de crear el principio de la vida, me entregué a la tarea de separar entre diferentes dioses que se encargarían de los pequeños detalles. Pero fue tan exhaustiva la tarea que llegó el verano y con él la gente y el circo más impresionante de la historia, para mí, y abandoné mi pequeño mundillo para corretear detrás de la gran carpa con la intención de ver gratis el espectacular show. Con que descaro me dejé impresionar, hará Dios lo mismo?, no importa.
Como antes le dije, mi infancia no fue para nada extraordinaria, ya que fuera de de mi copiosa imaginación todo era alegremente normal.

3 comentarios:
Me encantan las entradas de Baxus y usted (cuando está en escritora seria no me sale tutearla) cada día escribe mejor!
Sigo atentamente sus historias de Baxus. Me gustan. Me atrapan.
Saludos
Gracias por pasar a ambas.
Saludos.
Publicar un comentario