Una Historia

Nací en uno de esos pequeños pueblos bonaerenses levantado a la sombra de un amplio mar donde los inviernos son demasiado largos, y el verano la única posibilidad digna de acopiar reservas. Anchas calles de arenilla y casitas bajas son el perfecto resumen de un aspecto más que monótono. La salita y la Iglesia, un tanto alejadas del centro comercial, fueron construidas recientemente como símbolo inapelable de civilidad bien entendida. Una al lado de la otra, ambas de lustrosos ladrillos barnizados, la Iglesia portaba orgullosa una humilde cruz de madera en su corto punto más alto, y salita también poseía una cruz, pero roja y en su ancha puerta. El cura y el médico acudían al inhóspito paraje sólo dos veces por semana, y casi (paradójicamente) en las mismas ocasiones, con la diferencia de que el médico no tenía el derecho divino de unir en matrimonio, por lo demás nacimientos, enfermedades y muertes congregaban a ambos profesionales, de inmensa bondad, en el pueblito costero.
Los hombres y mujeres que vivían o aún viven allí (no lo sé, puesto que hace años abandoné el vicio de frecuentar ciertos lugares, además del cigarrillo y el vino en ayunas, así que por practicidad relataré en pasado) eran harto particulares, ya que parecía que las inclemencias del tiempo o los largos meses de aislamiento eran lo progenitores de una rareza: aquellas características ordinarias de la personalidad, presentes en cada uno de nosotros, se convertían en rasgos patológicos de mentes enfermas. Cabe, sin lugar a dudas y si usted me lo permite, contarle la historia de la pequeñita panadera del pueblo. Su marca de estilo era el pesimismo, pero un pesimismo que asustaba al más valiente de los románticos veraneantes, un pesimismo que en cualquier otro lugar pasaría inadvertido, pero ella podía crispar los nervios de cualquier gentilhombre que tuviera la osadía de comprar una docena de facturas para desayunar tranquilamente mientras ojeaba el diario. A través de los años llegué a considerar que este pesimismo se fundaba en una gran envidia hacía aquellas personas que sólo estaban de paso o simplemente felices, pero mientras le escribo estas palabras a usted supongo que no era mas que un ser ruin que añoraba la muerte masiva de todo ser humano, incluso de ella misma.
Los personajes de este pueblo, al que llamaré Baxus porque me gusta este altisonante nombre con que una tribu nativa americana nombraba a la estación de invierno (dicha tribu dividía el año en estación de invierno y de verano), oscilaban esquizofrénicamente entre abnegados trabajadores y grandes héroes de la historia, pasando por escritores y militares, yo misma, para terminar en grandes empresarios (pobres ahora) y señoras de dudosa reputación. Todos grises por la espera del verano, todos deseosos de salir del hueco en el que se encontraban, pero ninguno capaz de hacerlo. Todos desesperados por el golpear de las inmensas olas contra los murallones artificiales...

6 comentarios:

Erica dijo...

Excelente. Me imaginé delante de una chimenea, envuelta en un edredón, escuchando un cuento.

NFS dijo...

Que bonito eso!

Creo que algunas de estas cosas las leí cierta vez de tu cuadernito desaparecido o de algún borrador impreso... no se si en un micro viajando hacia alguna provincia del país, en algún barcito cercano a la facultad, o en algún otro lugar. No?

Pili (Como Cher...) dijo...

Si seguro que te lo mostré, esto va a ser como un folletín, por entregas.
Espero que me sigas nena, si no correctivo...
Besos mil.

Sol dijo...

¡Qué placer leer algo tan bello! (en verdad, se aplica a los tres textos)
Qué bueno que estés publicando tus escritos. Para quienes sabemos que la lectura tiene el poder de sanar heridas, aplacar dolores, hacernos "viajar con la imaginación"... siempre es reconfortante leer cosas lindas.

Artus dijo...

Hola Pili, seguiré leyendo tus escritos. Ver donde nos llevas.
Tal vez a mundos paralelos y disfrutar otros pensamientos...

Un beso, pequeña dama.

talita dijo...

una buena nueva. sabes que va estar bueno.
ahi nomas te linkeo. adeus.

Publicar un comentario